Zain, un puerto pesquero rodeado de montañas que toman su nombre, es una región fría donde conviven diferentes personajes sin relación aparente. En Sonidos de Zain podrás sumergirte en las vidas de los habitantes de esta tierra, siguiendo a los personajes que más te apasionen. Crea con nosotras tu propia novela.

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sábado, 16 de julio de 2011

(Casi) como todos los viernes

Viernes.

Me miré una última vez al espejo antes de coger las llaves de mi piso y cerrar la puerta con ellas. Bajé por las escaleras y me abroché el abrigo al salir a la calle. Lo cierto es que hacía un día precioso, aunque el sol no calentaba lo suficiente. De camino, fui recordando la conversación había tenido con Víctor. Le había llamado ese mismo día por la noche bastante nerviosa. No estaba muy segura de lo que estaba haciendo pero realmente quería hacerlo. Charlamos un rato y decidimos quedar el sábado. Le di la dirección del bar donde trabajaba y la hora en la que terminaba mi turno.

Llevaba trabajando en ese bar desde que era una estudiante y tenía que ganar dinero para pagar el piso compartido con unos amigos, pero el paso de los años y lo que éstos me trajeron me impidieron encontrar otro trabajo. Sin embargo era feliz allí, y además, ahora tocaba en el bar. Fue idea de Jon, el dueño. Decía que le daba buen ambiente al lugar y a la gente le gustaba. Así que hoy, como todos los viernes, caminaba con la guitarra en mano.

Pasé el día atendiendo las mesas y sirviendo comidas, charlando con los clientes habituales. Cuando llegó la noche coloqué el taburete sobre el pequeño escenario y enchufé el micrófono y mi guitarra a los altavoces. Como todo los viernes, Jon subió para presentarme ante el no tan nuevo público.

-Y como todos los viernes, os dejo con nuestra querida Rose.

Cuando acabaron de aplaudir comencé a tocar, dejando que la música surgiera de las cuerdas de mi guitarra. Me acerqué al micrófono y comencé a cantar, olvidándome de todo, perdiéndome en cada canción. Ya no me ponía nerviosa antes de salir a cantar. Apenas era consciente de las personas que me miraban y escuchaban.
Sin darme cuenta del paso del tiempo, terminé la última canción.

-Muchas gracias a todos- dije agradecida antes de apagar el micrófono. Me levanté del taburete y comencé a enrollar los cables y a guardarlos. Fue entonces cuando me di cuenta de que había un hombre cerca de la salida apoyado contra la pared con actitud despreocupada, mirándome desde hacía rato. Le miré fijamente intentando reconocerle en la tenue luz del bar sin demasiado éxito, pero no tuve que esforzarme demasiado. En cuanto vio que le miraba comenzó a andar hacia mí y al llegar al pie del pequeño escenario, me sonrió.

-Ví... Víctor, ¿Qué haces aquí?

-Hola Rose- me contestó, bebiendo de mi asombro. Era todo sonrisa- Pasaba por aquí y... bueno, ya que hablas tan bien de este lugar, quería verlo con mis propios ojos. Desde luego, es un sitio increíble aunque... no me he movido de la puerta desde hace media hora. ¿Crees que podrías ayudarme a mejorar mi opinión tomándote una copa conmigo? Se que habíamos quedado mañana pero...

-No... ¡claro! Sentémonos.

Guardé la guitarra en la funda y caminé hasta la mesa del rincón. Víctor me siguió. Esta noche no sería yo quien atendiera las mesas.

viernes, 15 de julio de 2011

Encuentro

Hugo y Miau no tardaron mucho en aparecer al otro lado del camino. Naira sonrió y agitó la mano con entusiasmo mientras Alex intentaba identificar las nuevas figuras de la carretera. Nunca habría imaginado que en Zain había tanta gente de su misma edad. Cuando llegaron junto a ellos, Naira anunció simplemente "Hugo, Tamara, Alex", dando por hecho que sabrían a quién correspondía cada nombre. Miau entrecerró los ojos, Naira era la única que se atrevía a llamarle Tamara. Realmente era a la única persona a la que se lo permitía, aunque tampoco le gustaba que lo hiciera. La explicación se remonta tiempo atrás y es complicada, lo dejaremos para otro momento.
-Ya veo lo que querías enseñarnos...-sonrió Miau mirando a Alex con curiosidad
-Ya tenemos cena, va a ser estupendo!- interrumpió Hugo en ese momento.
A Alex le sonaba todo a película de caníbales, pero estaba demasiado asombrado como para mostrar miedo. Aun así, algo debió dejar notar en su cara, ya que Naira se empezó a reír mientras le pedía disculpas.
- He estado pescando antes de venir. He conseguido una curbina enorme, para los cuatro.. porque te quedarás a cenar, verdad?- añadió Hugo de repente, al darse cuenta del malentendido.
- Bueno, no sé. Tendría que avisar, pero sí, claro- afirmó Alex más tranquilo, convenciéndose a medida que hablaba. - Aunque... no me gusta el pescado
- Te tendrás que acostumbrar, aquí no se come otra cosa- respondió Miau secamente.
- Nada, verás como éste sí que te gusta.. Todavía no has visto a Hugo cocinando, es el mejor- sonrió Naira. Hugo abrió la boca como si quisiera discutirlo, pero Naira decidió no dejarle terminar y cambió de tema -Por cierto, he visto luz en la cabaña del acantilado, ¿Quién creéis que ha venido?
-Espero que no sean los mismos que la última vez. Aquella familia arrogante demasiado buena para este pueblucho -dijo Miau con una vocecita aguda, imitando a aquella arrogante familia, dedujo Alex. A él le acababan de conocer, pero todavía no habían hablado con sus padres ¿Y si tampoco les gustaban? Sintió un pinchazo de preocupación en el estómago.
-Quizás sean aquella profesora de la ciudad y su hija... ¿Cómo se llamaba? -preguntó Hugo.
-Clara -intervino Naira.
-Espero que tengas razón, Hugo -dijo Miau malhumorada.
-De todas formas, sigo pensando que deberías dejar de vagabundear por el bosque tú sola- se preocupó Hugo- quizá la única forma de hacerlo sea retándote a una lucha… si gano, dejarás de hacerlo- le retó burlonamente
- Venga ya, si tú eres el primero que se muere de curiosidad por saber quién viene.. Además, si no lo hiciera tampoco le habría encontrado a él- añadió señalando a Alex, que se revolvió incómodo. – Ah, y empieza ya a asumir que eres incapaz de ganarme en una pelea, y lo sabes- concluyó desafiante
- Dejadlo ya, vais a asustar al chico- intervino Miau con una sonrisa burlona. Alex no se dio por aludido.
- Está bien, está bien- sonrió Hugo- De todas formas, pensaba que Clara y su madre tenían una casa familiar aquí..
- Ya no- sentenció Miau, y ante la mirada inquisitiva del resto continuó con la explicación- No podían pagarla. Después de todo lo que pasó… Pero Clara siempre intentó mantener un vínculo con Zain, y con nosotros supongo… - Miau bajó el tono y con voz sombría añadió- La he echado tanto de menos que no sé si quiero verla.
- No tiene mucho sentido lo que acabas de decir- dijo Alex abriendo la boca casi por primera vez.
-Claro que lo tiene- replicó Miau a la defensiva- la ciudad es muy grande y cambia a la gente, está tan llena de personas que se hacen llamar amigos que corres peligro de olvidarte de los de verdad.
Alex no supo que añadir. Seguramente aquellos chicos tenían razón, qué sabría él. De repente se veía a sí mismo completamente infantil y fuera de lugar.
- De todas formas.. ¿Cómo sabes todo eso?- preguntó Hugo mirando a Miau con curiosidad
- Me lo ha contado Edna...
- Hablando de Edna, por qué no vamos a pedirle que nos haga uno de sus espumosos batidos de bayas?- interrumpió Naira
- Suena estupendamente. Si es cierto lo que dices, ya tendremos tiempo de ver a Clara cuando se hayan instalado- asintió Hugo.


domingo, 10 de julio de 2011

Segundas oportunidades

Leah aparcó frente a la cabaña que habían alquilado y los tres salieron del vehículo para contemplarla. Era una vieja cabaña de madera con aspecto de estar a punto de derrumbarse, sin embargo, Clara y su madre ya habían estado en ella de vacaciones con anterioridad, y les aseguró de que era un lugar idóneo donde pasar unos días y desconectar. Sin embargo, dejado a un lado el hecho de que pensaban que podían morir aplastados por la cabaña si se derrumbara mientras dormían, a Leah y a Jaac se les antojó hermosa.
La cabaña estaba al pie de un pequeño acantilado por el que se podía descender y llegar a una pequeña playa. Como era habitual en Zain, el cielo estaba nublado y amenazaba con empezar a llover, y una fuerte brisa les revolvía el pelo, pero aquello no pudo disminuir su ánimo. Comprobaron con entusiasmo que la cabaña estaba a las afueras del pueblo y que no había más casas por los alrededores. El faro se hallaba a pocos kilómetros de distancia y su luz parpadeaba entre las nubes que trataban de ocultarlo.
Cargaron con las maletas y Clara abrió la cabaña. Una pequeña salita les recibió. Un viejo sofá desgastado, una mesita y un montón de cuadros decoraban la habitación. Jaac dejó las maletas en el suelo y abrió la puerta que se encontraba más cerca. Un modesto salón apareció tras el chirrido de la puerta. Dos sofás se agrupaban frente a la chimenea, como si quisieran entrar en calor. Una mesa de comedor con cinco sillas, una pequeña televisión y estanterías con multitud de objetos y algunos libros viejos completaban el mobiliario. Toda la casa, salvo la cocina, era de madera. Había tres habitaciones. Clara escogió en la que se había quedado la última vez, la última por el pasillo. Jaac dejó sus cosas en la única habitación que miraba al mar y se sentó durante unos segundos en la cama. Leah entró en la habitación que quedaba, al lado de la de Clara y enfrente de la de su hermano. Depositó su equipaje en el suelo y se asomó al pasillo en el momento que los demás habían salido.
-¿Qué os parece? Se que no es gran cosa pero... -Preguntó Clara con una sonrisa tímida, agobiada por si su idea de recomendarles esta cabaña no hubiera sido del todo acertada.
-Es perfecta -dijeron ambos hermanos al unísono, sonriendo.

Retiro

-Hola mamá, soy Leah. No pasa nada, solo te dejaba este mensaje para avisarte de que no estaremos en casa por unas semanas. Hemos terminado los exámenes y vamos a irnos a Zain para salir un tiempo de la ciudad... Espero que todo te vaya bien, cuídate.

Leah colgó el teléfono con un suspiro. En el fondo se alegraba de que su madre no hubiera contestado a su llamada. Lo que menos le apetecía ahora era dar explicaciones y finjir que todo iba bien, y menos a ella.
Decidió olvidarse del tema. Hechó un último vistazo a su alrededor comprobando que no se le olvidara nada. Cerró la puerta de su cuarto, bajó las escaleras y cerró la casa con llave.
Clara y Jaac charlaban dentro del coche. Jaac todavía estaba pálido. Estaba abrigado con varios jerseys puestos uno encima de otro y se sentaba en la parte de atrás del veículo. Clara sin embargo estaba completamente girada en el asiento del copiloto, hablando y gesticulando sin que su sonrisa se escapara de su cara ni un solo segundo. Contagiada por la alegría de su amiga, subió al coche.

-¿Todo listo, no se nos olvida nada?- Preguntó.

-¡Qué más da! ¡Ya improvisaremos por el camino! ¡Vamonos!- contestó Clara sentándose en su asiento y abrochándose el cinturón. Jaac soltó una pequeña carcajada. Leah sintió que sus preocupaciones se apartaban un poco al escuchar de nuevo la risa de su hermano. Arrancó el coche con una sonrisa y encendió la radio. Clara empezó a tararear siguiendo la melodía. Dejaban la ciudad, dispuestos a tener un pequeño y pequeño comienzo en otro lugar. Un lugar donde cada uno esperaba sanarse sus propias heridas y que la marea se llevara la oscuridad de los últimos días.

domingo, 22 de mayo de 2011

Conversaciones en el muelle

Hugo caminó silenciosamente hasta el extremo del muelle, su mano izquierda sostenía dos botellines llenos de un oscuro licor casero. Sentada en el extremo se encontraba Miau, mirando el horizonte como sólo ella sabía hacerlo; sacando de aquella irregular y azulada línea respuestas para (casi) todas sus preguntas. Decía que ver cómo el cielo se reflejaba en el mar le llevaba a pensar cómo al fin y al cabo todo lo que sucede en nuestras vidas acaba reflejándose en nosotros mismos, en nuestra forma de ser y de actuar. Decía que este encuentro con la verdadera naturaleza del alma le ayudaba a ver cuán absurdo era preocuparse por lo que no tenía solución, y cuán importante ser feliz y vivir, siendo conscientes de cada instante.
- Quiero ser un pirata- afirmó Miau mirándose la punta de los pies, que colgaban a unos palmos del agua.
Hugo estaba de pie a su espalda y se sentó a su lado, ofreciéndole uno de los botellines. Miau lo cogió mientras le dirigía una mirada sonriente, Hugo siempre sabía dónde encontrarla cuando quería ser encontrada.
Se quedaron en silencio, observando cómo las nubes se iban deshaciendo en el cielo, creando un mar paralelo en lo alto, con su propio ir y venir de olas. Miau tenía la mirada fija y soñadora, Hugo contemplaba cómo se deslizaba el licor por las paredes del botellín.
- Quiero navegar hasta el horizonte, hasta perder la noción del tiempo y la distancia, hablando por el día con la luna, despertándome con la luz de las estrellas. Quiero ser un pirata…
- La vida pirata la vida mejor – le dijo Hugo sonriendo
- …sin trabajar… - contestó Miau sin salir de su ensoñación
- Sin estudiar… - suspiró Hugo
- … cooooooon la botella de ron – concluyeron amargamente los dos dándole un trago a la botella.
Pasaron unos instantes así, en silencio, dando pequeños sorbos a el amargo licor de bayas mientras acompasaban su respiración con el ritmo de las olas.
- ¿me buscabas?- preguntó Miau de repente mirando a Hugo fijamente
- Si, Naira quiere vernos ahora – respondió éste
- Parece urgente, no será nada grave, verdad? – dijo Miau frunciendo el ceño.
- No, no lo creo, sólo quería enseñarnos algo…
- Vamos, entonces, no tienes curiosidad?-  sonrió Miau poniéndose en pie.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Naufragio y rescate

PARTE 1


Y allí estaba yo. Sentada en la barra de aquel bar con un vestido negro y unos tacones rojos. Mis labios pintados de carmín besaban una copa de amargo fracaso. No pretendía atraer miradas, pero antes de salir de mi piso me vestí con algo bonito y me maquillé para sentirme algo mejor, como si con el simple hecho de haberme arreglado no me fuera a abandonar del todo.
Vacié mi tercera copa y con un suspiro la empujé para que aquel camarero atento me llenara la cuarta.
-Señorita, no tiene porqué seguir intentando ahogar sus penas. Quizás no mueran de esta forma. Quizás debería intentar otra cosa...
Alcé la mirada de la barra hasta sus ojos de color gris oscuro. Negué con la cabeza.
-Póngame otra.

"Quiero terminar de emborracharme de desánimo" pensé.
El atento camarero apretó los labios antes de resignarse y llenarme de nuevo el vaso.
Lo cogí entre mis dedos y me dediqué a balancearlo suavemente observando aquél líquido de tono melaza, caoba, cobre y oro viejo antes de volver a llevármelo a los labios.
Sin darme cuenta, alguien se había sentado en la banqueta de al lado y me estaba hablando.
-Ten cuidado o te terminarás ahogando tú también.
Le miré. Joven, moreno, apuesto. Ojos verdes, vaya... "¿Por qué hoy?" Volví la vista a mi copa.
Al ver que no contestaba, siguió intentándolo.
-Me preguntaba qué podía haberle pasado a una joven tan hermosa para querer perderse en un océano de este tipo.
"¿Hermosa? ¿Qué habrá sido, el vestido, el maquillaje, que estoy sola e intento emborracharme? ¿Que parezco fácil y asequible o todo lo anterior a la vez?"
-Sin duda, lo que le haya ocurrido es cosa suya y no va a compartirlo con un desconocido, ¿Me equivoco?
"No, no te equivocas" Pensé sin llegar a decirlo. No tenía ganas de discutir con nadie.
Suspiró al verse solo ante mis murallas de silencio. Sin embargo pareció no rendirse. Pidió una copa de lo mismo que estaba tomando yo y permaneció sentado alternando su mirada entre mi copa y la suya.
"No... no está bebiendo lo mismo que yo..."
Me acabé la cuarta ronda de un solo trago y me planteé seriamente si irme o quedarme. Él pareció leer la duda en mi rostro.
-Deberías irte- dijo para mi sorpresa -No todas las penas mueren ahogadas.
Le miré por primera vez fijamente y en sus ojos pude avistar... ¿Compasión? ¿Pena? ¡Quería ayudarme!
-Deja aquí la botella- Le dije al camarero, que parpadeó perplejo.
-Está bien, te ayudaré a acabarla. Quizás esta sea nuestra última botella de fracasos. Si la terminamos puede que no haya más.
Volví a mirar a aquel joven de mi misma edad, con los ojos como platos. ¿Cómo podía haber sabido exactamente en lo que estaba pensando?
-Víctor- se presentó con una sonrisa.
-Rose- Contesté todavía con la sorpresa y la duda ancladas en mis ojos.


PARTE 2
Me desperté y nada más hacerlo multitud de cuchillos se clavaron en mi cabeza.
Solté un quejido y me metí bajo la manta para ocultarme de la poca luz que entraba entre las cortinas de mi dormitorio.
Permanecí así varios minutos hasta que el dolor se calmó lo suficiente como para salir de mi escondite. Me revolví el pelo enmarañado y me incorporé con lentitud. Con las manos apretándome las sienes, me tambaleé hasta el baño y abrí el grifo con agua fría. Me desnudé y me metí en la ducha, estremeciéndome con el frío.
El dolor fue desapareciendo y mis ojos se fueron abriendo cada vez más. Me enjaboné el pelo y el cuerpo y me aclaré antes de cerrar el grifo y enfundarme en un albornoz azul.
Más despejada y con el pelo chorreando descorrí las cortinas y permanecí quieta mientras mis ojos se habituaban a la luz.
Vivía en pleno centro de la ciudad. Sin embargo, no era un centro de ciudad muy común. Las hermosas plazas de baldosas marrones se extendían como un desierto de arcilla. En ellas crecían jóvenes naranjos, que junto con los matorrales de jazmines, llenaban con su fragancia las calles peatonales. Sí, no era un centro de ciudad alborotado ni lleno de ruido. Adoraba aquella ciudad tranquila y alegre, aunque no me identificara con su estado de ánimo últimamente.

Fruncí el ceño intentando recordar lo sucedido ayer. No recordaba haber llegado a casa, pero sí haberme arreglado y llegado al bar. Y también a un chico de ojos verdes...
Me giré rápidamente para mirar mi cuarto, como si pudiera haber allí alguien observándome. No había nadie. Sin embargo...

Fui a la cocina donde me recibió mi vieja gata con un maullido exigente. Encendí la cafetera y abrí la ventana para que entrara aire fresco mientras el café borboteaba. Recordé que todavía estaba con el albornoz mojado al estremecerme de nuevo y volví a mi cuarto a cambiarme. El vestido y la chaqueta estaban sobre una silla. Me vestí con lo primero que encontré en el armario y me puse la chaqueta del día anterior para abrigarme. De regreso a la cocina me serví el café y lo saboreé lentamente. Con un suspiro me apoyé contra la encimera y metí la mano que me quedaba libre en el bolsillo... hasta que noté que mis dedos tocaban un papelito.
Dejé la taza y saqué aquel papelito cuidadosamente doblado. Intrigada, lo abrí.

Espero que todas las penas de ayer queden hoy más apartadas.
Fue un placer compartir unos momentos contigo anoche. Sin duda, una mujer tan interesante y misteriosa me dejó marcado. Me encantaría volver a verte. ¿Qué te parece tomar un café un día de éstos? Esta vez sin intentar ahogarnos. Simplemente disfrutar de la bebida. Llámame.
Víctor.

Parpadeé sorprendida y todos los recuerdos de la noche pasada volvieron a mí con el siguiente trago de café.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Conversaciones de carretera

Caminaron en silencio por la carretera que llevaba al pueblo. Naira le miraba fijamente, con los ojos muy abiertos, curiosa. Esto le hacía ponerse nervioso a Alex, que lanzaba miradas de reojo mientras retorcía las manos en los bolsillos de los pantalones.
-... entonces has dicho que vives aquí, en Zain?- preguntó Alex rompiendo el hielo.
- No lo he dicho- contesto Naira con una pícara sonrisa - pero ya que lo dices, si, vivo aquí- añadió poniéndose seria.
- Pero si aquí no hay gente, ni bares, ni discotecas, ni siquiera tengo cobertura en el móvil... cómo se puede vivir así?- Alex la miraba ahora extrañado.
Naira apartó por primera vez la mirada, quizá molesta por aquellas apreciaciones. - Eso no es verdad. Si que hay gente- respondió secamente.
- Bueno, y qué me dices de la cobertura, eh?-
- No tengo móvil.
Alex guardó silencio, dándose cuenta de que no debía haber sacado esa conversación. Por un momento pensó en el consumismo masivo que se iba apoderando de la gente que, como él, vivía en la ciudad, aún teniendo en cuenta que era el menos "moderno" de sus amigos, el que tenía el móvil más barato y el reproductor de música más viejo. No se le había ocurrido nunca pensar en alguien de su edad sin móvil.
- Por qué? tus padres no pueden comprarte uno? - siguió preguntando intrigado Alex, aún sabiendo que no debía hacerlo.
- Para qué hacerlo, tu mismo has dicho que aquí no hay cobertura... - contestó burlona Naira.
Alex no supo responder, y desvió la mirada hacia los árboles que se alzaban a los lados de la carretera.  Le parecían todos iguales, no sabía nada de botánica, cosa que entristecía enormemente a su madre, que tras enormes y fallidos esfuerzos por enseñarle algo de este arte, había terminado por desistir. Siguieron caminando en silencio, Alex no se atrevía a sacar una conversación por miedo a entrar en conflicto con Naira. Se sentía incómodo, aquella chica le intimidaba y todavía no sabía porqué. Ella en cambio parecía relajada y tranquila, y con una voz extraña y ajena comenzó a cantar suavemente. Alex la miró asombrado por la seguridad que transmitía en su voz, pensando en cómo continuamente le sorprendía esa chica de la que no sabía mas que su nombre.
- ¿Pero no te da verguenza ponerte a cantar así? - preguntó Alex pasmado
- ¿Así, cómo? - respondió ella levantando una ceja
- Así, delante de mí... - dijo Álex
- ¿Por qué me iba a dar verguenza? - se rió extrañada Naira
- No sé, no me conoces... - respondió Alex, incómodo. - Olvídalo, lo siento - añadió arrepintiéndose de haber interrumpido aquella extraña y espontánea canción.
- Como quieras - sonrió Naira mientras le guiñaba el ojo. - Ya hemos llegado, aquí es donde he quedado con el resto - dijo Naira como si nada hubiera pasado.

Alex miró a su alrededor. No encontró nada distinto al resto del camino. Ninguna señal ni diferencia con el camino por el que habían venido. - ¿Cómo estás tan segura de que es aquí? Todo parece igual... -.

Naira le miró como quién mira a un niño que pregunta quién pone la luna en el cielo cada noche. - No lo es- aseguró riéndose. Se rió con frescura y ligereza, con aquella tranquilidad y desenfado que no dejaba de asombrar a Alex. Él no pudo más que continuar mirando hacia los lados del camino, con la esperanza de encontrar aquella seña identificatoria que hacía de ése un punto de encuentro..