Zain, un puerto pesquero rodeado de montañas que toman su nombre, es una región fría donde conviven diferentes personajes sin relación aparente. En Sonidos de Zain podrás sumergirte en las vidas de los habitantes de esta tierra, siguiendo a los personajes que más te apasionen. Crea con nosotras tu propia novela.

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miércoles, 2 de febrero de 2011

Naufragio y rescate

PARTE 1


Y allí estaba yo. Sentada en la barra de aquel bar con un vestido negro y unos tacones rojos. Mis labios pintados de carmín besaban una copa de amargo fracaso. No pretendía atraer miradas, pero antes de salir de mi piso me vestí con algo bonito y me maquillé para sentirme algo mejor, como si con el simple hecho de haberme arreglado no me fuera a abandonar del todo.
Vacié mi tercera copa y con un suspiro la empujé para que aquel camarero atento me llenara la cuarta.
-Señorita, no tiene porqué seguir intentando ahogar sus penas. Quizás no mueran de esta forma. Quizás debería intentar otra cosa...
Alcé la mirada de la barra hasta sus ojos de color gris oscuro. Negué con la cabeza.
-Póngame otra.

"Quiero terminar de emborracharme de desánimo" pensé.
El atento camarero apretó los labios antes de resignarse y llenarme de nuevo el vaso.
Lo cogí entre mis dedos y me dediqué a balancearlo suavemente observando aquél líquido de tono melaza, caoba, cobre y oro viejo antes de volver a llevármelo a los labios.
Sin darme cuenta, alguien se había sentado en la banqueta de al lado y me estaba hablando.
-Ten cuidado o te terminarás ahogando tú también.
Le miré. Joven, moreno, apuesto. Ojos verdes, vaya... "¿Por qué hoy?" Volví la vista a mi copa.
Al ver que no contestaba, siguió intentándolo.
-Me preguntaba qué podía haberle pasado a una joven tan hermosa para querer perderse en un océano de este tipo.
"¿Hermosa? ¿Qué habrá sido, el vestido, el maquillaje, que estoy sola e intento emborracharme? ¿Que parezco fácil y asequible o todo lo anterior a la vez?"
-Sin duda, lo que le haya ocurrido es cosa suya y no va a compartirlo con un desconocido, ¿Me equivoco?
"No, no te equivocas" Pensé sin llegar a decirlo. No tenía ganas de discutir con nadie.
Suspiró al verse solo ante mis murallas de silencio. Sin embargo pareció no rendirse. Pidió una copa de lo mismo que estaba tomando yo y permaneció sentado alternando su mirada entre mi copa y la suya.
"No... no está bebiendo lo mismo que yo..."
Me acabé la cuarta ronda de un solo trago y me planteé seriamente si irme o quedarme. Él pareció leer la duda en mi rostro.
-Deberías irte- dijo para mi sorpresa -No todas las penas mueren ahogadas.
Le miré por primera vez fijamente y en sus ojos pude avistar... ¿Compasión? ¿Pena? ¡Quería ayudarme!
-Deja aquí la botella- Le dije al camarero, que parpadeó perplejo.
-Está bien, te ayudaré a acabarla. Quizás esta sea nuestra última botella de fracasos. Si la terminamos puede que no haya más.
Volví a mirar a aquel joven de mi misma edad, con los ojos como platos. ¿Cómo podía haber sabido exactamente en lo que estaba pensando?
-Víctor- se presentó con una sonrisa.
-Rose- Contesté todavía con la sorpresa y la duda ancladas en mis ojos.


PARTE 2
Me desperté y nada más hacerlo multitud de cuchillos se clavaron en mi cabeza.
Solté un quejido y me metí bajo la manta para ocultarme de la poca luz que entraba entre las cortinas de mi dormitorio.
Permanecí así varios minutos hasta que el dolor se calmó lo suficiente como para salir de mi escondite. Me revolví el pelo enmarañado y me incorporé con lentitud. Con las manos apretándome las sienes, me tambaleé hasta el baño y abrí el grifo con agua fría. Me desnudé y me metí en la ducha, estremeciéndome con el frío.
El dolor fue desapareciendo y mis ojos se fueron abriendo cada vez más. Me enjaboné el pelo y el cuerpo y me aclaré antes de cerrar el grifo y enfundarme en un albornoz azul.
Más despejada y con el pelo chorreando descorrí las cortinas y permanecí quieta mientras mis ojos se habituaban a la luz.
Vivía en pleno centro de la ciudad. Sin embargo, no era un centro de ciudad muy común. Las hermosas plazas de baldosas marrones se extendían como un desierto de arcilla. En ellas crecían jóvenes naranjos, que junto con los matorrales de jazmines, llenaban con su fragancia las calles peatonales. Sí, no era un centro de ciudad alborotado ni lleno de ruido. Adoraba aquella ciudad tranquila y alegre, aunque no me identificara con su estado de ánimo últimamente.

Fruncí el ceño intentando recordar lo sucedido ayer. No recordaba haber llegado a casa, pero sí haberme arreglado y llegado al bar. Y también a un chico de ojos verdes...
Me giré rápidamente para mirar mi cuarto, como si pudiera haber allí alguien observándome. No había nadie. Sin embargo...

Fui a la cocina donde me recibió mi vieja gata con un maullido exigente. Encendí la cafetera y abrí la ventana para que entrara aire fresco mientras el café borboteaba. Recordé que todavía estaba con el albornoz mojado al estremecerme de nuevo y volví a mi cuarto a cambiarme. El vestido y la chaqueta estaban sobre una silla. Me vestí con lo primero que encontré en el armario y me puse la chaqueta del día anterior para abrigarme. De regreso a la cocina me serví el café y lo saboreé lentamente. Con un suspiro me apoyé contra la encimera y metí la mano que me quedaba libre en el bolsillo... hasta que noté que mis dedos tocaban un papelito.
Dejé la taza y saqué aquel papelito cuidadosamente doblado. Intrigada, lo abrí.

Espero que todas las penas de ayer queden hoy más apartadas.
Fue un placer compartir unos momentos contigo anoche. Sin duda, una mujer tan interesante y misteriosa me dejó marcado. Me encantaría volver a verte. ¿Qué te parece tomar un café un día de éstos? Esta vez sin intentar ahogarnos. Simplemente disfrutar de la bebida. Llámame.
Víctor.

Parpadeé sorprendida y todos los recuerdos de la noche pasada volvieron a mí con el siguiente trago de café.