Zain, un puerto pesquero rodeado de montañas que toman su nombre, es una región fría donde conviven diferentes personajes sin relación aparente. En Sonidos de Zain podrás sumergirte en las vidas de los habitantes de esta tierra, siguiendo a los personajes que más te apasionen. Crea con nosotras tu propia novela.

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domingo, 3 de octubre de 2010

Bajo la serenidad de las montañas

Shana estaba subida en la gruesa rama de aquel árbol que tanto le gustaba. Movía las piernas alternativamente, balanceándolas en el aire, y su mirada se perdía entre el océano de hojas que se extendía frente a ella, donde el sol comenzaba a ponerse. Escuchó que su madre la llamaba a lo lejos. Se agarró y bajó por el grueso tronco hasta que sus pequeños pies tocaron el suelo. Echó a correr sendero abajo.

Shana tenía nueve años. Sus ojos eran de un marrón demasiado claro y de un tamaño demasiado grandes para su carita redondeada. Llevaba el pelo cortado en mechones irregulares por encima de los hombros y la ropa siempre manchada de tierra.
Vivía con su madre y su hermana mayor, Sarah, de dieciséis años, en aquella granja alejada del resto de poblaciones. Estaba situada en un pequeño claro rodeado de árboles al pie de las montañas. A lo alto, podía verse el antiguo monasterio que tocaba en ese momento, como todas las mañana, las campanas, y a kilómetros de distancia... el mar. A Shana no le gustaba nada el mar, de hecho, le daba miedo. Se pasaba los días corriendo entre las hierbas, subida a los árboles o en lo alto de alguna roca, pero sentir que perdía todo contacto con la tierra la aterraba. Tan solo recordaba algunos viajes hacia la costa de Zain, de donde era su padre. Las pequeñas ciudades abarrotadas con coches ruidosos y con aquel aire tan poco limpio la agobiaban. Por suerte, su padre permanecía la mayor parte del tiempo en aquella ciudad tan alejada de ellas y Shana ya no se veía obligada a viajar en uno de esos odiosos coches hasta aquel lugar que tanto odiaba. Además, lo recordaba cono una tierra donde todo estaba muerto, donde los edificios fríos se alzaban sobre suelo muerto y donde la playa, aquel desierto sin vida, era roído por grandes olas que podrían arrastrarla mar adentro antes de que nadie pudiera ayudarla.

Era cierto que eran muy pocas para mantener una granja, pero la suya apenas contaba con más de diez ovejas, una vaca y unas cuantas gallinas. Además, tenían a su perro, Althair, un joven border collide que las ayudaba como si fuera uno más.

Y su padre... hacía tiempo que se había ido, y Shana se alegraba de ello. Cuando estaban solas eran más felices y ella no tenía que esconderse ni escuchar los gritos ni las amenazas de su padre. Tan solo esperaba que no volviera jamás. Solo así su madre recuperaría del todo su sonrisa y la sombra del miedo se borraría de los ojos de ella y de su hermana.
Su madre era una mujer alegre, o al menos, lo era cuando su marido no estaba en casa. La que más se parecía a ella era Sarah. Ambas con ese pelo rizado y los ojos verdes.
Sarah era una joven seria y callada que se enfrascaba en las tareas de la granja desde la salida del sol hasta que se volvía a ocultar, intentando ahorrarle todo el trabajo que pudiera a su madre. Las hermanas se llevaban bien, pues aunque Sarah no tenía tiempo para aquellas expediciones que hacía su hermana pequeña, tenía que reconocer que Shana era muy lista y que siempre sabía donde tenía que estar y cómo actuar. Cuando la miraba con aquellos enormes ojos claros pensaba que aquella chiquilla tenía casi tantos años como ella.

Shana terminó por fin de recorrer la ladera y llegó hasta la casa, donde la esperaba su madre.
-¿Dónde estabas? Se está haciendo tarde. Ve a buscar a Althair y recoged a las ovejas antes de que el sol se oculte del todo. Tu hermana y yo estamos terminando de preparar la cena. ¡Date prisa!
Shana volvió a correr colina arriba, esta vez en dirección opuesta, hacia donde las ovejas pastaban despreocupadas. Althair se levantó al verla y tras oír su silbido comenzó a agrupar a los animales y hostigarlos de vuelta al recinto.

Así, un día más, caminaba sobre la fresca hierba en aquel paraje que parecía olvidado del ajetreado mundo. Donde ella y su familia conseguían pasar un día más bajo la serenidad de las montañas.

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